Casi desde cualquier punto se puede ver. Depende de qué parte se esté se puede ver completa o sólo la cúpula, pero ella siempre está ahí.
El Paseo Martítimo conduce a esta construcción que el ejército Romano edificó en el segundo siglo de nuestra era. Si uno dispone de varias horas se puede llegar a él caminando, o bien tomar el tranvía y por un euro lo dejan a unos 500 metros de esta belleza.
Mide 59 metros de altura y su autor fue el Arquitecto Cayo Servio Lupo, quien le dedicó esta obra al Dios de la Guerra, Marte. Durante muchos años fue un faro al servicio romano, pero en el Siglo V los Normandos mediante ataques obligaron a que lo abandonaran y estuvo sola hasta el Siglo XVI.
Después fue rescatada por el Rey Carlos III y quedó lista en 1791; los vestigios romanos sólo quedan en su interior, en un pequeño museo que se encuentra antes de llegar a los 218 escalones que permiten a los intrépidos visitantes llegar al balcón.
Desde lo más alto se ve una diminuta ciudad, el viento golpea y alborota los cabellos. Ahora ya no hay miedo a los ejércitos de la Normandía; ahora el pavor es que la cámara digital de 6.0 mega pixels estalle contra el suelo a más de 55 metros de altura.
Entrar al único faro romano que funciona en nuestro días, tiene un valor dos euros por persona, pero cuando uno va descendiendo las escaleras, le dan ganas de ir a la caja y cobrar diez euros por haber subido y bajado más de 400 escalones en menos de 10 minutos.
Fuente: Medio Tiempo
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